¿Qué le falta por escribir al libro de tu vida?

Escríbelo

HOJAS MANCHADAS




-El mundo ha olvidado cómo escribir. Hoy, en el futuro, ya no se escribe- decía mi abuelo mientras se sentaba en su butaca situada justo al lado de la ventana (amaba la ventana). Ahora todos consideran la escritura como un mito, una simple y banal leyenda. El futuro está cometiendo un gran error.
Ni siquiera mi abuelo mismo había visto la escritura en su vida, él mismo me decía que todo lo que sabe es lo que su abuelo le contaba de pequeño, y que es eso lo que se dedica a contarme a mí. Y desde hace unos años adquirió la costumbre de referirse al año 2081 como el futuro. Creo que aún no entiende que estamos en el presente, que el pasado ya pasó y que el futuro aún no llega. Para él el presente ya es historia, y estamos en el futuro.
-Tú tampoco la has visto abuelo- le repliqué.
-Pero creo en ella pequeño Daniel… Creo en ella…- Y es eso lo que siempre me respondía. Después ambos hicimos silencio.
-Creo que el silencio es una de las cosas que más me gusta del “futuro” –dije para darle gusto a mi abuelo. 
-Claro que sí. El pasado y el presente eran muy ruidosos, llenos de guerras y caos.
Personalmente, no me gustaba pensar en el pasado y en el presente que mi abuelo solía mencionar. Me parecen muy trágicos, ruidosos, escandalosos, y crueles. Ni siquiera sé si todo lo que mi abuelo dice es real, pero si lo fuera, no puedo creer la brutalidad del ser humano en el pasado.
-Cavernícolas- me limité a decir.
-Tal vez- dijo mi abuelo- pero, tuvieron siempre un arma secreta que ahora, lastimosamente, ya no tenemos…
- ¿Cuál? - pregunté, aunque ya supiera la respuesta. Tampoco iba a dejar a mi abuelo hablando solo.
-La escritura- contestó él.
Se quedó callado mirando por la ventana durante un rato. No me atrevía a hablar en ese momento, pero luego, vi llegar una duda asechándome, era imposible ignorarla. Me tocó quebrantar ese bello silencio para poder darle la atención que requería.
-Abuelo- llamé. Él se volteó hacia mí.
- ¿Cómo se comunica uno cuando solo hay silencio? - pregunté. No me malinterpreten, adoro el silencio, pero en serio tenía esa duda. ¿Será que existe alguna forma de comunicación que no involucre el hablar?
- La respuesta es tan sencilla, que ya la hemos dicho varias veces- contestó mi abuelo. Se acercó un poco a mi oído y me susurró una palabra: Escritura.
- ¿Escritura? - Ahora estaba confundido. - ¿No me habías dicho que era un arma? - pregunté desafiante.
- Lo es, pero no la que tú estás pensando- dijo.
- ¿Cómo así? Explícate- le pedí.
Pero nuestra conversación fue interrumpida.
-Padre, ya hay que ir a dormir. Daniel, tú también- dijo mi mamá desde el umbral de la puerta.
-Ahí voy mamá- contesté de mala gana, yo quería seguir hablando.
-Hasta mañana Daniel- dijo mi abuelo cuando me levanté del suelo. Le correspondí con un abrazo y me retiré a mi habitación.
Antes de acostarme, tenía siempre como costumbre quedarme en silencio enfocando mi vista hacia el pequeño jardín de la casa que, por fortuna, se veía desde mi ventana, había en él algo que me intrigaba mucho. Justo en el centro había un árbol, mucho más grande que los demás, se alzaba como monarca imponiéndose sobre su pueblo. Era magnífico. Pero hoy, algo nuevo estaba rondando por mi cabeza. No pude resolver mi duda acerca de la comunicación en el silencio, mi abuelo no alcanzó a explicarme por qué me contestó con la palabra escritura. De verdad, que no entiendo nada sobre la tal escritura, es muy confusa, y nunca la he visto. Mi abuelo continúa hablando de ella con tanta seguridad que me impresiona, pues no entiendo cómo sabe tanto de ella si nunca la ha visto.
De repente, divisé algo moviéndose, enfoqué mi vista en el tronco del centro, y vi a una persona acercándose a él. ¿Qué hace una persona en la oscuridad de la noche acercándose a un árbol? La persona misteriosa sacó una especie de palo, ¿un palo?, bueno, se veía puntiagudo al final y bastante delgado, ¿qué otra cosa sería sino un palo? Me quedé observando atentamente. La persona estaba sujetando su palo con su mano derecha en dirección hacia una hoja, después colocó su mano izquierda por detrás de la hoja y empezó a tocar la hoja con el palo. Jamás en mi vida había visto yo a una persona hacer tales cosas, simplemente carece de sentido tocar una hoja con un palo. Después de un tiempo acabó, se apartó de ella, se guardó el palo en el bolsillo y se fue caminando por el mismo sendero por donde había llegado. Enseguida volví a fijar mi vista en las hojas del árbol y me sorprendió ver que la hoja tenía manchas negras. ¿Qué hizo ese extraño? ¡Manchó las hojas! ¿Cómo hizo eso?
Si antes tenía preguntas, ciertamente ahora tengo muchas más.
El día siguiente no vi a mi abuelo en toda la mañana. Quería terminar nuestra conversación, pero tal vez estuviese ocupado en su estudio, haciendo sus trabajos, así que no quise molestarlo, y me propuse esperarlo hasta que terminara.
Me quedé en la sala observando todo mi entorno. Mi mamá estaba trabajando en el estudio adjunto a la sala, ambos estábamos callados. ¿Será que por medio de la tal escritura mi mamá y yo podríamos estar comunicándonos justo en este momento sin necesidad de que nuestros labios se movieran?
Antes de que pudiera contestarme a mí mismo entró mi abuelo a la sala. Corrí a abrazarlo, y cuando me soltó no pude evitar notar que tenía sus manos manchadas de negro. Eso es nuevo.
- ¿Qué pasó abuelo? - pregunté señalándole sus manos. Acto seguido, se las revisó, y se las empezó a limpiar con su pantalón.
-Nada querido, solo trabajaba. Recuerda siempre que hay que hacer… - empezó.
-lo que hay que hacer – completé. Sacudió un poco mi pelo con sus manos ya menos manchadas.
-Abuelo, ¿podemos seguir con lo que estábamos hablando aquel día? En realidad, es que quedé más confundido que antes.
Mi abuelo sonrió.
-Perdón querido, ahora me tengo que ir, pero pronto entenderás todo. Te lo prometo- dicho esto cogió su abrigo, su sombrero y se fue dejando la puerta a medio cerrar. Una mala costumbre que siempre ha tenido mi abuelo. Me dirigí a la puerta, y observé por última vez, en mucho tiempo, su figura caminar hacia las afuera del jardín.
Pasadas ya unas horas, me rendí de creer que mi abuelo regresaría, debió haberse ido de viaje o de vacaciones, era lo más probable.
Mi abuelo no regresó, pero el desconocido extraño hombre de las manchas en las hojas seguía apareciendo noche tras noche, personalmente, me empecé a acostumbrar a verlo. Las hojas del árbol cada vez se iban llenando más de manchas negras, lo que sea que significasen esas manchas –si es que significaban algo- debía de ser amplio, porque el extraño nunca se cansaba de seguir manchándolas.
Todas las noches, antes de acostarme, también acostumbraba a pensar en mi abuelo. En su pasado, su presente, y su supuesto futuro, que en realidad es el verdadero presente. Pensaba en su escritura, ¿cómo sería la escritura? ¿Sería bonita? ¿Sería fea? ¿Para qué ha de servir? Muchas dudas atormentaban mi cabeza mientras pensaba en mi abuelo y veía al extraño manchar las hojas.
Una mañana me levanté un poco más cansado de lo normal, pero me armé de la poca energía que tenía y me paré para ir a prepararme un pequeño desayuno. Al pasar por la sala, para ir a la cocina, vi por el rabillo del ojo la puerta principal abierta. Volteé y confirmé que alguien la había dejado a medio cerrar, ¿será que fue mi mamá? ¿o pudo haber sido mi abuelo? ¿habrá regresado? Sea quien fuere tenía que revisarlo. Me dirigí hacía la puerta y asomé la cabeza. Al voltear hacia el jardín, vi a un sujeto. ¡Tenía la misma silueta que el extraño desconocido de las manchas en los árboles! Tenía que averiguar.
Me empecé a acercar lentamente a él, pero después volteó, corrí de regreso a la puerta lo más rápido que pude intentando no ser observado. Me quedé estatua. Cuando volteé mi mirada a revisar si me había visto o no, fui yo quien no lo vi, se había ido, se había esfumado como por arte de magia.
Observé por todos lados buscando rastros de él, pero no lo vi por ninguna parte. Ya iba a volver a entrar a la casa cuando noto una hoja con una mancha en el suelo. Una hoja manchada, y en frente, había otra, y otra más y al seguirlas con la mirada, percaté que había una especie de sendero de hojas que se dirigía justo hasta el árbol de las hojas manchadas. Empecé a seguir las hojas. Llegué justo en frente del imponente árbol, un escalofrío recorrió mi cuerpo por un momento, algo me asustaba y no sabía qué era, sentía que me encontraba frente a algo tan grande y magnificente que era imposible salir corriendo de vuelta a mi casa. El árbol se alzaba muy por encima de los demás árboles, sus hojas verdes se movían al compás del viento, bailaba al ritmo de la sonora brisa. Me acerqué un poco más, tenía curiosidad por ver las hojas manchadas.
-Increíble- dije para mí mismo, pero al parecer asusté a una pequeña hoja, que enseguida se desprendió de su rama y se posó suavemente sobre el suelo. Recogí la hoja del suelo y ciertamente quedé sorprendido al ver que las manchas que había visto antes eran una especie de signos y símbolos muy extraños plasmados sobre ella, solo se me vino una palabra a la mente: escritura.
Claro… Era esa la mágica manera de comunicarse sin mover los labios.
Al parecer mi abuelo tenía razón. El futuro si está cometiendo un grave error: dejar a la escritura por fuera de la vida de los seres humanos.

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